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¿A QUÉ NOS REFERIMOS CON «INCLUSIÓN»?

La inclusión es un concepto muy amplio…

…que puede afectar de manera positiva a un sinfín de personas: mujeres, migrantes, personas en situación de discapacidad, entre muchas otros más. 

Por lo mismo, cuando se habla de inclusión, debemos ser cuidadosos en especificar a qué grupo de personas nos estamos refiriendo: ¿a quién queremos incluir?, ¿con quién queremos trabajar?, ¿qué haremos?

Con esto, no buscamos dejar a nadie afuera; es más, en la medida en que somos precisos en nuestra manera de actuar y delimitamos bien a qué nos referimos cuando hablamos de la “inclusión”, es mucho más fácil poder establecer metas y alcanzarlas.

En Dry Club, creemos que todas las personas merecen ser tratadas de manera equitativa, y que todos y todas merecemos respeto, cariño y oportunidades. En nuestro caso particular, nosotros nos dirigimos hacia aquellas familias quienes tienen a algún miembro en situación de discapacidad.

¿Por qué? Porque reconocemos que estas familias puedes vivir diversos desafíos a lo largo de sus vidas, y como en algunos casos esto implica tener que comprar pañales por extensos periodos de tiempo, queremos poder actuar como una solución.

Entonces, en nuestro caso, “inclusión” implica reconocer las necesidades de todas las familias, entendiendo que cada una vive distintas experiencias y por lo mismo esta debe ser validada y considerada a la hora de proveer un servicio. 

Somos conscientes de que para realizar cambios, necesitamos la acción de todos y todas las personas, para trabajar a favor de un mundo donde la inclusión social de personas en situación de discapacidad se convierta en una realidad. Pero también sabemos que el cambio parte desde la manera en que cada uno se para frente al mundo y comienza a actuar.

Por eso, te invitamos a hablar sobre la inclusión, a empezar a considerar nuevas perspectivas, y buscar soluciones para que todos y todas podamos vivir en un mundo más equitativo.

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EL RECORRIDO DE NUESTRAS FAMILIAS

Familias, Dry Club, Inclusión

Cada familia ha recorrido un camino muy importante antes y después de tener un bebé. Previo al embarazo, ya nos generamos ciertas expectativas sobre cómo será nuestra familia, sobre nuestra relación de pareja o con nuestro núcleo familiar, entre muchas otras cosas más.

El camino que hemos recorrido y llevamos en cada uno de nosotros y nosotras, nos estructura con valores, experiencias y estrategias, que nos permiten afrontar aquellas dificultades que se nos presenten en el camino.

Pero en este camino, se pueden presentar distintas sorpresas que reestructuran nuestras vidas. 

Hay sorpresas, como algún diagnóstico de nuestro bebé, que nos llevan a reestructurar la vida que originalmente teníamos planeada; hay que tomar decisiones, cambiar las cosas de la casa, adecuarse a nuevos roles, y un sin fin de otras acciones que debemos hacer para aceptar y abrazar esta nueva vida que tendremos.

Pero para aceptar, tenemos que reconstruir nuestro mundo, nuestras expectativas, y lo que esto significa para nosotros. Esto, por ningún motivo, significa que queremos menos a nuestros niños/as, o que no los aceptamos, sino más bien es una forma de poder hacerse cargo de lo que nos está pasando internamente, y poder trabajarlo desde el inicio.

Acumularlo en nuestro corazón es una solución momentánea que, a largo plazo, nos dolerá más.

¿Cómo reconstruir nuestro mundo? 

La verdad es que esto no es sencillo, y varía dependiendo de la familia y la situación que tengan. Pero algo que todas las familias tienen en común, es que tienen todo el derecho del mundo de sentir todas las emociones que esta nueva vida les brinda.

Guardarse aquellas emociones que nos incomodan más: como la pena, rabia, frustración, etc., no hace que estas se eliminen o se vayan a otro lado, sino que se almacenan.

¿Qué son las emociones «incomodas»?

Aprendí hace mucho tiempo que no existe tal cosa como las «emociones negativas y positivas», porque todas las emociones nos permiten responder y actuar a partir de una experiencia: si vivimos una situación triste, está bien sentir pena y querer llorar. Esto no es una emoción negativa, pero puede ser una emoción incómoda, ya que nos aleja de nuestros estados afectivos «más cómodos», como la calma, felicidad, etc.

El primer paso es auto-validar lo que sientes: es verdad que hay hitos o experiencias que, por distintas razones, no podrás experimentar, y es fundamental que en todas estas, puedas darte el tiempo de sentir qué es lo que te produce. No necesitamos mamás y papás con armazones emocionales, necesitamos mamás y papás que puedan contactarse consigo mismos, y puedan abrazar sus procesos personales.

Esto es para todos los padres y madres; todos atravesamos distintas emociones y experiencias, y por lo mismo, poder escuchar, entender y validar lo que nos sucede nos hace más conocedores de nosotros mismos, más capaces para cuidar a nuestros niños y niñas, y resulta ser muy recomponedor.

Cuando aprendemos a validar lo que nos sucede, en especial con aquellas emociones «incómodas», también aprendemos a disfrutar aquellas emociones más agradables de sentir: a gozar las instancias con nuestros niños y niñas, celebrarles sus logros, entre otras cosas más.

¿Por qué pasa esto? 

Porque nuestras emociones dejan de estar «achoclonadas»; ya no sentimos pena/rabia/felicidad al mismo tiempo, sino que aprendemos  a sentir lo que nos sucede en cada uno de los momentos, a entender por qué sentimos lo que sentimos, y podemos dedicarle el tiempo que necesitemos para trabajar en nosotros mismos.

El camino que nos queda por recorrer es largo, y podemos hacerlo tanto más agradable si aprendemos a escucharnos a nosotros mismos. 

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CONSEJOS Y RESGUARDOS PARA CUIDADORES

Inclusión, Dry Club, Pañales Biodegradables

Todos cuidamos a alguien; sea de forma directa o indirecta, en general estamos atentos a una segunda persona: velamos por su bienestar, esperamos lo mejor para ellos y los acompañamos durante los momentos alegres y difíciles de la vida. Ser cuidador significan muchas cosas, y varía dependiendo a quien estamos cuidado: nuestra pareja, padres, hermanos, amigos, o hijos.

Cuidar a los hijos e hijas es una tarea que requiere de mucha energía y dedicación; poder establecer rutinas, horarios, dedicarles tiempo para jugar, enseñarles, entre muchas otras cosas más. Cada familia vive experiencias y rutinas particular y específica dependientes del contexto y situación en la que se encuentren, pero algo que tienen en común es que todas estas sentirán una amplia gama de emociones durante el cuidado de los niños y niñas.

Por ejemplo, las frustraciones…

Cuando nos volvemos cuidadores de nuestros hijos e hijas, debemos adaptarnos a un nuevo rol, en donde nuestras necesidades muchas veces se ven postergadas por las de nuestros niños. Esta nueva adaptación significa diversos tipos de sacrificios, tanto a nivel personal, social y económicos, y por lo mismo, cuando la experiencia de ser cuidador o cuidadora no se ajusta a nuestras expectativas, o pasamos por momentos estresantes, podemos sentirnos frustrados.

¿Qué significa «sentirnos frustrados»?

Desde el momento del embarazo, nos hacemos una idea y expectativa de cómo será la parentalidad; nos imaginamos los distintos escenarios y etapas que viviremos con nuestros hijos, al igual que las distintas experiencias que viviremos juntos. Pero hay veces en que nos encontramos con distintas sorpresas, que hacen que la realidad no se ajusta a estas expectativas que nos creamos en nuestras cabezas.

En un inicio, es difícil hacer frente y adaptarse a estos cambios y sorpresas, ya que para algunas familias esto puede significar tener que aceptar una realidad a la cual no estaban preparados, y tener que almacenar las expectativas iniciales con mucha tristeza en lugares como el corazón.

No es fácil adaptarse y aceptar esta nueva realidad. Es un proceso, es lento y gradual, es intenso y lleno de emociones. Pero para cuidar a otros, primero hay que comenzar cuidándose a sí mismo (Arón & Llanos, 2004), y esto significa reconocer y vivir nuestros propios procesos.

Debajo de mi capa de cuidador(a), soy persona.

Somos personas y las personas sienten. Las noticias, las sorpresas y las experiencias nos generan distintas emociones; felicidad, tristeza, enojo, asombro, etc. Sentir la felicidad, energía, y motivación para seguir avanzando es tan importante y necesario como sentir pena, rabia, y frustración.

No son emociones malas, son emociones que incomodan, y pueden hacernos sentir paralizadas. Pero hay que recordar y tener en nuestra cabeza que cada emoción nos dice algo, y para seguir avanzando en nuestro camino, debemos escucharlas.

¿Quien no ha dicho «No tengo tiempo para sentir pena»?

Querer avanzar y mantener el ritmo en el cuidado de tu niño o niña puede ser un arma de doble filo; puede actuar como motor de impulso, que nos lleve a superar de las formas más creativas los distintos obstáculos que enfrentamos, pero también puede ser una forma de evitar lo que estamos sintiendo internamente. Evitar no quiere decir eliminar, solo se acumula lenta y gradualmente.

No es fácil reconocer y decirse a sí mismo: “Sabes que, esto me supera; siento que no puedo más; esto me genera mucha tristeza; desearía que no fuera así”. Pero poder adueñarse de nuestro propio estado emocional, de lo que nos está pasando y de las situaciones que generan esta emoción, nos re-entrega el control de nosotros mismos; nos invita a validar nuestra experiencia.

Validarnos es uno de los primeros pasos para reencontrarnos; para ser no solo cuidadores, sino también personas con múltiples emociones, sensaciones y experiencias.

Referencias:

Aguilar, C. E. V., Morocho, M. R., Armijos, M. A. C., & Peñaloza, W. L. P. (2018). Discapacidad y familia: Desgaste emocional. Academo, 5(1), 89-98.

García-Herreros, M. V., & Mojica, J. E. (2012). Modelo para resignificar narrativas de familias con hijos con discapacidad. Siglo Cero: Revista Española sobre Discapacidad Intelectual, 43(241), 157-157.

López Gil, M., Orueta Sánchez, R., Gómez-Caro, S., Sánchez Oropesa, A., Carmona de la Morena, J., & Alonso Moreno, F. J. (2009). El rol de Cuidador de personas dependientes y sus repercusiones sobre su Calidad de Vida y su Salud. Revista Clínica de Medicina de Familia, 2(7), 332-339.

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